Erase una vez… / Reflexiones entrelazadas sobre planificación en tiempos inciertos [primer apunte de una serie de tres]

por Anna Cabañas **

En un principio, los hombres habitaban en cavernas y vivían de la caza y la recolección. Por una cuestión de tamaño, movilidad y mecanismos de defensa de la presa, la actividad que más dificultades y riesgos entrañaba era la primera. Así que el hombre prehistórico ideó rituales que le ayudaran a enfrentarse con éxito a la tarea de cazar, unos ritos que tenían mucho que ver con la percepción del entorno como algo fuertemente adverso y con un elevado grado de incertidumbre. Así mismo, esas prácticas respondían a la necesidad de expresar un sentido fuertemente arraigado de dominio sobre la naturaleza circundante.*

 

Prosigamos. La forma en que se enfrentaban a esas fuerzas naturales del entorno estaba en estrecha relación con su visión particular del mundo, con la necesidad de dominar lo que les era adverso y potenciar aquello favorable, algo que conocían fruto de la experiencia acumulada (¿una DAFO primigenia realizada de manera inconsciente?). Eran tiempos en que los responsables de dibujar el objeto del deseo eran a la vez cazadores –una ventaja sustancial respecto al modelo contemporáneo de planificación– y las vidas del grupo dependían del éxito en las actividades básicas de subsistencia. Por ello, dichas manifestaciones artísticas estaban fuertemente vinculados a las actividades cotidianas, en particular a una de ellas: la caza. Porque, ni más ni menos, dibujar a sus presas respondía a la creencia de que estar en posesión de la representación de una cosa implicaba poseer esa cosa, creencia que se ha mantenido invariable a través de los tiempos hasta la actualidad y que se manifiesta en la visión expresada en numerosos planes estratégicos y la dejadez en el despliegue posterior que debiera conducirnos a su consecución.

 

Lo cierto es que, para llevar a cabo dicho ejercicio, acostumbraban a reunirse en los rincones más recónditos e inaccesibles de sus cuevas –lo que hoy en día conocemos como despachos de alta dirección– y pertrechados de pigmentos (por aquel entonces no existía el powerpoint) pintaban sobre la roca aquellas piezas que deseaban capturar, imaginando que al plasmarlas de tal manera satisfacían la necesidad de influir y modificar el entorno, de controlarlo. Y aunque no fuera así, aunque esa relación causa-efecto no se produjera de tal manera, el ejercicio colectivo de todo el grupo ayudaba a que el objetivo tomara cuerpo en el imaginario colectivo, que se conformara cual deseo compartido.

 

De alguna manera, aquel homínido debió aprender que el margen de error era elevado, como evidencian los restos óseos de las capturas encontrados en muchas cuevas y que no guardan relación alguna con las especies representadas. El hecho de que dichos restos muestren trazos de desollamiento y erosiones fruto del despiece, nos indica que el instinto de supervivencia era tal que le conducía a dar por bueno aquel resultado (la pieza cobrada) a pesar de no corresponderse a la presa representada, porque lo que primaba era el beneficio obtenido y no la fidelidad al objet[iv]o representado. Precisamente por eso y porque en la incertidumbre al hambre se la acalla cuando se puede, el clan no se fue jamás a dormir con el estómago vacío sólo por el pequeño detalle de que el roedor capturado no se pareciera en demasía al mamut que se dibujó originariamente. Al día siguiente ya habría ocasión de volver a intentarlo.

 

Quizás la escasez de fauna, los movimientos migratorios constantes de la misma o los rigores climáticos de un determinado momento –he aquí la demostración de que la incertidumbre no es algo exclusivo de nuestros días– provocaron que empezaran a ser habituales las jornadas de caza que finalizaban con el retorno del grupo al asentamiento con las manos vacías. Quizás esos repetidos fiascos llevaron a los cazadores a la necesidad de creer que incrementando la exactitud de las representaciones potenciarían su “magia”, su capacidad de convertir un deseo en algo tangible. De ahí que empezara a representarlos yaciendo en el suelo, desangrándose o heridos por la lanza: todo era válido para debilitarlos a priori, para facilitar la tarea de alcanzarlos.

 

Dado que el hambre agudiza el ingenio, no es difícil imaginar que a algún miembro del clan -más hábil con los trazos que el resto de integrantes- se le ocurrió un buen día que podría aprovechar esa grieta o aquella acumulación calcárea de la roca para representar con mayor fidelidad el objetivo. Los resaltes de la roca fueron, entonces, completados por la mano diestra, enriquecidos con más detalles y policromía con la finalidad de aportar realismo a la obra, de “crear” el objeto representado en vez de conformarse sólo con dibujarlo. Tal era la destreza del artista, que el resto del grupo le permitió permanecer al margen de la actividad cinegética del grupo y dedicarse exclusivamente a planear la caza, de manera que [poco a poco] se desvinculó el ejercicio pictórico de la actividad cotidiana que representaba.

 

Se desconoce en qué momento a partir de entonces, se instauró como algo habitual que quien tuviera en su poder la capacidad de dibujar lo que se pretendía obtener no participara de las actividades que conducían al logro. Permanecer durante largas horas en la puerta de la cueva esperando el retorno del grupo de cazadores que explicarían animosamente los mil y un detalle de la batida sin poder participar de la conversación, debe ser algo realmente aburrido. Dejar de sentir el viento en la cara y los latidos acelerados del corazón mientras se persigue con ahínco el cérvido y se le acorrala, perder todo ese cúmulo de sensaciones de un día para otro, provoca un vacío que no es fácil volver a llenar con algo que devuelva el sentido a lo que hacemos. Así que se desconoce también en qué momento el aburrimiento se apoderó del planificador y [desde el distanciamiento], en una mezcla extraña de tedio acumulado y alarde de virtuosismo mal entendido, dicho personaje empezó a integrar toda una retahíla de símbolos enigmáticos, trazos intencionadamente inacabados y ambiguos y conexiones incomprensibles que acompañaron desde entonces a las siluetas animales. Tales eran los resultados de los trazos que nunca un cazador fue capaz de capturar semejantes seres irreales que tan sólo habitaban sólo en el imaginario de su autor, tales eran que han provocado la emergencia de teorías que atribuyen a dichas representaciones un valor puramente ornamental. No quiero ni imaginar qué pensarán los futuros arqueólogos después de la lectura de algunos de los flamantes planes estratégicos que adornan algunos despachos.

 

Lo cierto es que desde entonces han sido tan pocas las ocasiones en que los dos papeles –planificador y cazador– han vuelto a coincidir en la misma persona y lo han hecho con la valentía y el coraje necesarios, de manera que incluso la historia las ha destacado en sus anales, siendo famosa [por ejemplo] la arenga encendida de Enrique V en el día de San Crispín antes de la batalla. Pero aparte de ciertos casos contados, en la mayoría de las praxis de planificación estratégica se echa en falta que el que cocina la fórmula magistral se acerque a probar su propio brebaje, por lo que se sospecha en la receta la falta de ingredientes tales como la ilusión de la que nos habla cumClavis o la confianza que proclama David Alcubierre, conceptos que de ser pronunciados deben serlo sin esa pátina de fariseísmo que pervierte las palabras y las intenciones cuando falta convencimiento [propio y ajeno], habitual en aquellos casos en que el dibujante se sabe a resguardo de los riesgos de la caza. Pero de los siguientes estadios evolutivos y de los daños que infringió el pastoreo de vacas gordas en la capacidad analítica de nuestros ancestros y sus descendientes hablaremos en otro apunte de esta terna dedicada a la planificación estratégica.

 

 * Lo que se relata en este post es, en gran parte, una recreación de escenarios sin voluntad alguna de ceñirme a una u otra teoría científica sobre la utilidad y motivación en el arte rupestre. La visión utilitarista de estas manifestaciones es algo discutible y discutido en las últimas décadas, pero no es objeto de este apunte entrar a debatir la validez de las diferentes teorías. Espero que el lector sepa disculparme el haber prescindido de cierto rigor en el relato.

Ilustración del apunte: Fragmento del desfile de mamuts de la cueva de Rouffignac.

** Anna Cabañas, es @Amblletradepal en Twitter. Consultora y educadora especializada en Gestión de Proyectos y Planificación Estratégica. De su blog Amb lletra de pal, tomamos este excelente post. El original aquí.

De la misma autora en este blog:

Planificación estratégica: fe de erratas.

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