Por Joaquín Barsanti
Una de las tendencias mundiales de las últimas dos décadas es la creciente importancia de los activos intangibles en las organizaciones. No quiere decir esto que los activos físicos, que se pueden ver y tocar a diario, sean de pronto menos útiles para las organizaciones. Por el contrario, las maquinarias que utilizan las fábricas para transformar materias primas en productos intermedios o finales, aportan cada vez más valor por el avance tecnológico.
Lo que sugiere esta tendencia global es que las organizaciones no son solamente aquello que se puede tocar, usar de forma más o menos tangible, y comprar en el mercado y/o recomprarlo cuando es necesario, sino que hay en ellas mucho de naturaleza intangible, es decir, que no podemos tocar ni ver directamente.
Por un lado, existen empresas que nacen, crecen y mueren prácticamente sin activos fijos y físicos, y algunas de esas veces esas organizaciones son mundialmente reconocidas y sus acciones son muy bien cotizadas. La mayoría de los ejemplos de este tipo de organizaciones son las denominadas “punto com”.
También es cierto que, coexistiendo con esos casos mencionados, existen organizaciones que siguen creciendo y afianzándose en su mercado indiferentes a sus en su activos intangibles, y conforme a la importancia de sus activos tangibles, instalaciones, bienes de uso y bienes de cambio.
La contabilidad, que tiene como objetivo medir el patrimonio de las organizaciones, se encuentra desde fines del siglo XX ante un límite impensado en sus orígenes, allá por fines del siglo XV.
Los activos intangibles no suelen aparecer en los balances de presentación de una organización, o si están presentes, suelen ser casos muy puntuales, o por valores que no son los de mercado. En realidad, es un problema de principios contables, porque no se puede contabilizar lo que no se encuentra debidamente documentado y de forma objetiva. El problema se presenta entonces cuando el activo intangible es autogenerado, porque al no surgir de ninguna transacción comercial, no puede ser incorporado por la contabilidad.
En esos casos – que son cada vez más – la contabilidad no puede mostrar la realidad económico- patrimonial de la organización, y si la organización es de aquellas cuyo valor principal viene dado por sus activos autogenerados e intangibles, entonces el valor que ofrece la contabilidad para terceros es nulo.
En síntesis, de todas estas aproximaciones podemos obtener algunas conclusiones:
- Si los activos intangibles autogenerados no se pueden contabilizar en la contabilidad legal, entonces quiere decir que:
- Es un desafío que nace en la gestión (autogenerado).
- Podemos utilizar la contabilidad gerencial para tomar mejores decisiones al respecto, en vez de la legal, porque es en definitiva la contabilidad gerencial la que acompaña la gestión.
- La complejidad de las organizaciones requiere que se las comprenda y aborde desde sus personas, sus procesos y sus activos intangibles. Por este motivo, se hace evidente que:
- Se debe pensar a la organización como un sistema, sometido a las leyes del pensamiento sistémico.
- Se debe poner como centro a la persona, sea empleado, proveedor, socio o cliente.
Por lo anterior, medir en las organizaciones ya no es tarea exclusiva de contadores, ingenieros y bioquímicos, sino que es una tarea ampliada a toda la organización, y Recursos Humanos tiene un rol importante.
Es que las personas somos en esencia una identidad que excede los límites de la materia (del modo que hasta ahora la comprensión humana nos permite entenderla), de modo que forma parte natural de nuestra compleja realidad tanto lo tangible como lo intangible que somos, y no solo que somos, sino aquello que creamos con nuestros actos, y esa creación, de nuevo, puede ser tangible o intangible.
Dicho de otra forma, ocuparnos de lo intangible en las organizaciones, es un modo de hacerlas más humanas.
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